Hoy viernes 20 de marzo de 2020 se cumplen nada menos que diez meses desde que escribiera aquella última nota de mi blog titulada “Un adiós no deseado, un agradecimiento sentido y un sentimiento vivido”, en la cual codificaba con palabras unas cuantas reflexiones, a modo de despedida, como agradecimiento a las experiencias vividas durante dos maravillosos años de vida.

Recuerdo, durante aquella etapa, como una vez abandonaba la Ciudad Deportiva Luis del Sol, recorría en bicicleta la Avenida de la Palmera para ocupar mi lugar favorito de lectura cerca del Puente de Isabel II (conocido como el Puente de Triana), a la vera del Guadalquivir, con la idea de devorar algún libro.

Desde el “Arte de no amargarse la vida” de Rafael Santandreu me acompañaron, entre otros: “Coaching” de John Whitmore, “Tus zonas erróneas” de Wayne W. Dyer, “La buena suerte” de Alex Rovira y Fernando Trias de Bes, “La ciencia del lenguaje positivo” de Luis Castellano o “Amar lo que es” de Byron Katie. Pero de entre todos los que se asomaron al río, por el valor de su contenido intemporal y sus grandes enseñanzas (que sobreviven al demoledor paso del tiempo) destacaría “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl y “Tratados morales” de Séneca.

Recuerdo cómo, cuando leía el primero de los libros, se me pasó por la cabeza la idea (quizás algo descabellada), de que todos los alumnos en su último año de carrera finalizaran sus estudios viviendo dos semanas en las condiciones en las cuales Viktor Frankl lo hizo en aquel campo de concentración. Una incomodidad pasajera incluida en el temario escolar con objeto de aprender a tolerar la frustración, a valorar más lo que tenemos y a ver siempre las cosas con cierta perspectiva. De todas las asignaturas del colegio no recuerdo ninguna que tratara temas parecidos, y curiosamente es el conocimiento que más he echado en falta durante el transcurso de un viaje hacía Ítaca en el que he tenido la oportunidad de pisar cuatro continentes y haber trabajado, durante más o menos un largo periodo de mi vida, en tres.

Decía el señor Viktor Frankl que “Las circunstancias excepcionalmente adversas otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo”. Y que “si en lugar de aprovechar las dificultades para probar nuestra entereza, juzgamos como errónea nuestra situación, como un paréntesis inconsciente de nuestras vidas y destino, cerrando los ojos y refugiándonos en el pasado, la vida pierde sentido”.

Decía también que “es sabido que el humor, más que cualquier otra cosa en la existencia humana, proporciona el distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque sea un instante”. Y que “los intentos por desarrollar un sentido del humor y ver la realidad bajo una luz humorística constituyen una especie de truco que aprendemos en el arte de vivir”.

Y que incluso la ausencia del dolor es un motivo de alegría relativa, o más bien una “felicidad negativa”, en las situaciones adversas. Incluso en los peores momentos podemos encontrar algo por lo cual sentirnos agradecidos. Les aseguro que practicar el hábito de mirar hacia abajo en lugar de tener la barbilla apuntando siempre hacia arriba, ayuda. Y mucho. Seguramente, si en nuestra juventud hubiéramos sufrido en nuestras carnes aquella idea descabellada que me surgió al leer el libro de Viktor Frankl, viviríamos estos acontecimientos de otra manera.

“Tratados morales” de Séneca, en cambio, debería de ser introducido como un libro de texto más en los colegios, institutos y universidades. Todos, en nuestra educación, independientemente de nuestras intenciones laborales futuras, deberíamos de haber sido “invitados” a leer las epístolas de este cordobés, de la misma forma que lo fuimos para aprender las ciudades, provincias, ríos de España, o a saber que los Reyes Católicos se llamaban Isabel y Fernando. Una lástima que este manual ético y moral cayera a mis manos una vez superados los 45 años. Aunque por otro lado es también motivo de gran alegría, pues podrían haber sido más los años perdidos. Nunca es tarde.

Su descubrimiento se lo debo a un abogado valenciano al que no tenía el placer de conocer. Apareció en el hotel en el que me encontraba hospedado con el Real Betis Balompié antes de un encuentro frente al Valencia. Días antes me escribió a través de LinkedIn expresándome su deseo de conocerme personalmente. Un deseo surgido por el interés que le despertó mi divulgación de textos y publicaciones.

Llegó sonriente con las epístolas de Séneca en la mano y me dijo: “Este es el comienzo de todo y de donde surgen todas las reflexiones que publicas. Te lo regalo. Observarás que algunas páginas están marcadas. En ellas aparecen los que yo considero como los conceptos más interesantes del libro”. Pues bien, seguramente es el regalo recibido que más impacto ha provocado en mi vida, y otra de las razones por las cuales siempre afirmo que “El fútbol no es el fin, el fútbol es el medio”. Gracias a este deporte comencé a adentrarme en el mundo de la filosofía y gracias, también a él, he tenido la oportunidad de difundir las enseñanzas que esconde este libro y otros muchos. Difundir es también una herramienta para seguir aprendiendo.

Cuando uno comienza con la lectura de “Tratados Morales” se da cuenta de que, como especie, hemos conseguido llegar a la luna, clonar ADN, generar energía a través de los átomos (por citar algunos de nuestros hitos importantes) etc.. pero que nuestros problemas morales siguen siendo los mismos de aquel entonces. Y cuando hablo de “aquel entonces” me refiero a los tiempos de a. C., época en la cual fue creada la doctrina filosófica denominada estoicismo. Mas de 2.000 años después el dominio y control de los hechos, cosas y pasiones que perturban la vida sigue siendo nuestra gran asignatura pendiente. Situaciones como la actual nos examinan de nuevo.

En una de sus epístolas a Anneo Sereno, Séneca decía: “El mal que sufrimos no nace de los lugares, sino de nosotros mismos, que somos débiles para soportarlo todo: incapaces de soportar mucho tiempo el trabajo, el placer, nuestras cosas o las ajenas”. Antes de esta pandemia éramos capaces de quejarnos por todo sin razón, ahora tenemos derecho a quejarnos por todo pero a costa de perder la razón. Hablo de la razón relacionada con el sentido común. Ese sentido común que el dicho popular lo describe como “el sentido menos común de los sentidos”, por más que Descartes hablara de él como la virtud mejor repartida del mundo. Quizás porque todo el mundo pensamos que lo tenemos (sentido común) aunque a menudo no lo demostremos. Hace unos días, antes de esta pandemia, éramos felices y no lo sabíamos.

Séneca decía también, en otra de sus cartas a Lucilio, que “la felicidad que no ha sido sometida a pruebas no sabe sufrir golpe alguno”, y que “a quien ha superado continuas contrariedades los obstáculos le curten y no se rinde a los infortunios”. E incluso que “hay que quitar importancia a las cosas y llevarlas con ánimo alegre”, que “es más humano reírse de la vida que llorarla”, y que “el género humano valora más al que se ríe de él que al que se lamenta” pues “el primero deja alguna parte de esperanza y el segundo llora neciamente aquello que desconfía poder remediar”.

Más de XX siglos después esta pandemia nos demuestra que “Tratados morales” de Lucio Anneo Séneca sigue teniendo sentido, ese que el hombre busca según Viktor Frankl. Y ese que siempre tiene un lugar para la esperanza pues, tal y como dijo nuestro filósofo cordobés a su amigo Polibio: “No hay nada eterno y pocas cosas son duraderas. Cada una es frágil a su modo, sus fines varían y, en suma, todo lo que tuvo principio ha de tener fin”. Paciencia y que así sea. Séneca, Viktor Frankl y el valor de lo intemporal.

Jon Pascua Ibarrola – Crónicas de un confinamiento.