Durante una sesión de entrenamiento en la Ciudad Deportiva Luis del Sol.

El fútbol, tal y como escribiera en una nota de mi blog personal al finalizar la pasada temporada (2017-2018), volverá a ser como la vida misma. Una obra de teatro que no permite ensayos y en la cual hay que vivir intensamente cada momento antes de que el telón baje y la música se apague.

Y tanto es así que la función, una vez más, tal y como lo hiciera la temporada pasada, va a comenzar. No sin antes haber disfrutado de unas vacaciones en el maravilloso archipiélago de Filipinas. Un viaje repleto de incomodidad elegida, de increíbles paraísos, de sol, lluvia y tormentas, de miseria, de desorden organizado, de emociones, de paz y de calma, y que me llevó de vuelta a una vida que antes estaba unida a mi trabajo.

Como todas las drogas, viajar requiere un aumento constante de las dosis y, una vez finalizada la temporada futbolística, era obligado desconectar y olvidarme de lo que hago para recordar quién soy. Y hacerlo a miles de kilómetros de distancia, pues tal y como dijo Andrew McCarthy: “Cuanto más lejos voy, más me acerco a mí mismo”.

Nada como resetear el disco duro para volver a hacer aquello que amas con la misma pasión, la misma intensidad y la misma energía. Olvidarme y por momentos hasta perderme, es para mí una necesidad vital antes de afrontar una nueva temporada. Y hacerlo sabedor de que no todos los que deambulan es porque están perdidos, y por aquella famosa frase de Amin Maalouf que dice: “No vaciles nunca en irte lejos, más allá de todos los mares, de todas las fronteras, de todos los países, de todas las creencias“. Nada como limpiar la mente y reciclarla.

Y así, a comienzos del mes de julio, volví a Sevilla, la Ciudad del Betis, sintiéndome un privilegiado, un auténtico afortunado. Privilegiado de vivir sabiendo que he encontrado mi pasión, en su dimensión más profunda, y afortunado por poder dedicarme a ella por el tiempo que esta siga conectándome con la esencia de lo que soy. Casi nada. Bendita suerte la mía.

Con Quique Setién antes de un partido amistoso disputado durante la pretemporada.

Un año más, sin darme cuenta, ya estaba de vuelta en Montecastillo. Donde, tal y como hicimos la temporada pasada, dimos comienzo a los entrenamientos con la más contagiosa de las fortalezas: la alegría. Esa que debe ser siempre proporcional al esfuerzo, el compromiso y el trabajo. Pocas cosas que merezcan realmente la pena pueden conseguirse sin ella. Sí, hablo de la alegría, la fiel escudera del entusiasmo.

Y vuelta a empezar, observando a nuestros nuevos guardianes de las Trece Barras con unos ojos y una mirada que dicen: “Podemos porque creemos”, que es definida por el mundo de la psicología como “mirada apreciativa”.

Una vuelta a empezar que no es desde cero, porque nada se esfuma, porque el tiempo pasado me hace mirar cada vez mejor, y porque no vuelvo a la línea de salida sino que sigo viajando hacia Ítaca. Todo ello entendiendo que entrenar es una sucesión de pequeñas voluntades al servicio y consecución de unos objetivos grupales. Sumar trabajo para multiplicar capacidades. Y hacerlo sabiendo que la más grande de las confianzas es la preparación, porque todo lo demás esta fuera de nuestro control. Una pretemporada más, queremos seguir confiando. Sobre todo en aquello que está bajo nuestro control: la preparación.

Y en medio de todo este lío me tocó también cumplir años. Nada menos que 46. Tantos como primaveras llevo persiguiendo y construyendo sueños e intentando vivir la vida desde el corazón. Hay veces que hasta lo consigo. A pesar de estar cargado de defectos son dos las virtudes que me han mantenido durante todo este tiempo a salvo de mi mismo, del rasero con el cual me mido y alejado del yugo: No saber lo que es la envidia y no tener jamás una mala intención. Sigo viviendo con esa inmensa suerte.

Algo fundamental para sobrevivir a la que Eduardo Galeano llama “La cultura del envase, la que desprecia el contenido. Donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto”. Quizás hasta tenga razón. Y no nos damos cuenta de que cuanto mayor es nuestra superficialidad, menor es nuestro contenido y no vamos más que acumulando vacíos que pesan.

Y de nuevo comencé a viajar. De una manera diferente a la de mis vacaciones en Filipinas, pero que también me ha dado la oportunidad de seguir fundiendo la escritura, la lectura, la música y la fotografía en una sola experiencia. Alemania, Portugal, Italia y Reino Unido han sido los países que he tenido la oportunidad de visitar gracias a este maravilloso trabajo (por llamarlo de alguna manera) relacionado con el fútbol, que un año más no será el fin sino el medio.

A estas alturas, esto último, creo que ya todos lo saben. No descubro nada nuevo. Un medio, el fútbol, en el que aprendí a esforzarme, algo que ya es de por si un éxito y una de mis mejores conquistas. Un esfuerzo que es el que seguramente me ha permitido llegar hasta aquí, y quizás incluso mantenerme. Aunque creo que, para esto último, han influido más los resultados. Unos resultados que, paradójicamente, ya no dependen tanto de mí y no son tan controlables como el esfuerzo.

Una pretemporada más vivida, pensando que la felicidad y la intensidad no son estados de ánimo, sino formas de entender la vida y el entrenamiento. Y seis semanas de preparación que concluyeron con la consecución del sexto Trofeo “Ramón de Carranza”. Comentar también que todavía no ha habido tardes de lectura, de Guadalquivir y de libros. Entre la calor, los viajes y las sesiones de mañana y tarde no he podido encontrar el momento. Pero sigo leyendo. De otra manera, pero lo sigo haciendo.

Mi nueva compañera de viaje, “La Bicicleta del Amor 2.0”, tampoco ha patrullado mucho por la ciudad. Pero lo hará, vaya que si lo hará. A pesar de que la temporada pasada anunciara mi retirada del ciclismo profesional, seguiré rodando en “Modo Amateur”. Lo haré por placer, auténtico placer.

Y ¿El café con corazón? Tal y como dice Javier Iriondo en uno de sus libros titulado “Donde tus sueños te lleven”: “Cuando un porqué es lo suficientemente grande, siempre encontramos un cómo. La razón para estar dispuestos al mayor de los esfuerzos, es porque tu vida tiene un verdadero sentido”. Aunque también es verdad que, en esta vida, no todo se consigue con esfuerzo. Tristemente para los que se esfuerzan y afortunadamente para los que no lo hacen y viven exclusivamente de su talento.

Durante una sesión de entrenamiento en la Ciudad Deportiva Luis del Sol.

Una temporada más seguiré, tal y como diría J.B. Priestley: “Pensando en broma mientras siento en serio”. Y lo haré “sentipensantemente”; sin divorciar la cabeza del cuerpo y la emoción de la razón, pues son de obligado casamiento. El equilibrio entre la razón y el corazón, como el del ocio y el trabajo, es una de las luchas más significativas del hombre y uno de los grandes secretos de nuestra paz interior y nuestro bienestar.

Un año más seguiré viviendo eternamente agradecido, con la sensación de que la vida me da siempre más de lo que me quita. Sensación con la que viajamos por el mundo las personas agradecidas, por aquello de que nos centramos más en valorar lo que tenemos que en desear lo que necesitamos.

Ya desde hace muchos años vivo creándome muy pocas, hablo de necesidades, pues la felicidad depende, en cierta medida, de nuestra capacidad para poder cubrir estas. Procuro ponérmelo fácil. Siempre he sido más listo que inteligente, aunque a veces también más tonto que listo. Procuro que estas últimas sean las menos.

Una temporada más en la que el objetivo y la exigencia serán similares a las de siempre: GANAR. Yo lo viviré, lo de ganar, más como una consecuencia que como un objetivo. Consecuencia del énfasis y la orientación hacia la calidad del trabajo. Algo que es para mí el primero de los focos de atención y el más prioritario de los objetivos. Sobre todo porque Ítaca me enseñó que el éxito se forja durante el camino y se hace realidad en el destino. Quizás me tenga engañado, pero aún así este pensamiento hace que me mantenga ilusionado y enfoque mi atención en el viaje.

Durante estos dos últimos meses también me he preparado para la crítica. No para hacerle frente sino para afrontarla, que es diferente. Porque el viaje hacia Itaca también está plagado de caídas, decepciones y fracasos; todos ellos auténticos retos para la voluntad y la determinación, y es conveniente estar preparado.

Durante una temporada más, no olvidaré la famosa frase de Walter Riso de: “No importa lo que digas ni cómo te justifiques: eres lo que haces. Tus comportamientos hablan de ti, te delatan, te señalan”. ¡Qué gran verdad! Si lo que hacemos no es un fiel reflejo de lo que decimos, no somos creíbles. Así que nos toca ser coherentes. Aunque no guste lo que decimos, hacemos, o no sea entendido, es mejor eso que quedarnos al margen de nosotros mismos.

En un mundo, este del fútbol, donde hemos perdido valentía, la que hace falta para decir las cosas cara a cara, y vergüenza, para aún siendo conscientes de nuestra cobardía seguir haciendo lo mismo. Un mundo en el que hemos perdido las formas que es peor incluso que perder los argumentos. No olviden darme un toque de atención si en algún momento las pierdo. Hablo de las formas. Los argumentos no me preocupó nunca perderlos. Eso tan solo me daña a mí y no al resto.

Durante diez meses más, el “Tío Jon” continuará cambiando carteles por regalos cada vez que “Su Majestad” acuda al templo de la fe, del amor y de los sueños. Un año más seguiré creyendo en el “Manquepierda” y emocionándome con la versión a capela de la parte final de un cántico que dice algo así como “Luz en la mañana y en la noche quejío y quiebro. Betis mucho Betis, en el mundo lo que más quiero”.

Porque no entiendo la vida sin cosas como la esperanza, la pasión, la emoción y la ilusión, a pesar de que mis experiencias me han llevado a convertirme en un idealista “moderado”. Antes era un auténtico “radical”. Ni que decir que lo era dentro de ese, mi idealismo. No me quedó más remedio que adaptarme, aunque siempre sin perder mi identidad. Cuestión de supervivencia. Lo aprendí de un tal Darwin, también conocido como Charles. Un tipo que escribió una teoría sobre la evolución de las especies.

En la Ciudad Deportiva Luis del Sol con el actual cuerpo técnico del Real Betis Balompié.

Durante una temporada más, espero seguir aprendiendo de todos aquellos que comparten conmigo sus publicaciones, sus escritos y sus reflexiones. Incluso si son acerca del mundo de la mitología griega. Jamás leí tanto sobre ella como lo hice en esta ciudad. Diez meses más para ver la evolución del cambio climático provocado por la maldición del hurto de “La Bicicleta del Amor 1.0”.

Los mismos que tenemos para disfrutar de La Liga, La Copa y La Europa League. Diez meses durante los cuales tendremos también algún Derby que otro de por medio, unas Navidades, un Año Nuevo, una Semana Santa y una Feria, e incluso alguna visita al Santiago BernabéuNo ni ná!

Un año más para seguir aprendiendo, para seguir creciendo. Tanto en lo deportivo como en lo personal. Porque lo primero, en mi caso, es siempre una consecuencia de lo segundo y no al revés. Con esto y con todo… ¿La frase del día de hoy? La que aparece en el título de este artículo. “Sueños grandes, expectativas moderadas y necesidades pequeñas. El auténtico secreto de la felicidad”. ¡Que así sea! Que los sueños sean grandes para mantenernos vivos, las expectativas moderadas para evitar caer en la frustración, y las necesidades pequeñas para no llevarnos hacia la insatisfacción. Y que nuestros sueños sean siempre más grandes que nuestros recuerdos.

Si Dios nos da fortuna, que no nos quite la razón. Si nos da éxito, que no nos quite la humildad. Si nos va a dar humildad que no los quite la dignidad. Y que no nos deje caer en el orgullo en el triunfo, ni en la desesperación en el fracaso. Así lo pidió Mahatma Gandhi hace ya unos cuantos años. Desde algún lugar de Sevilla, la Ciudad del Betis, como siempre con amor, mucho amor, el “Tío Jon”. Ese que algunos, solo algunos, conocen como Jon Pascua Ibarrola.