El fútbol es como la vida misma. Una obra de teatro que no permite ensayos y en la cual hay que vivir intensamente cada momento antes de que el telón baje y la música se apague. Y tanto es así que la función una vez más, tras diez intensos y emocionantes meses de trabajo, ha finalizado.
Y a pesar de que el fútbol no tiene memoria, tras bajarse el telón y apagarse la música, siempre me quedarán los recuerdos, en forma de emociones, que el tiempo será incapaz de borrar. Mi “Come what may” (pase lo que pase) particular de mi viaje a Ítaca. Porque cuando el balón comience de nuevo a rodar nadie se acordará de nuestra sexta posición, al término de la temporada 2017-2018, en la considerada mejor liga del mundo.
Tal y como yo mismo tampoco recuerdo los títulos de Liga y Copa ganados en Sudáfrica. Las meritocracias no existen. Y todos sabemos, además, que el fútbol no tiene memoria. Es por esta razón que tengo por costumbre valorar en su justa medida tanto los éxitos como los fracasos. Y recuperarme pronto de ambos. Es más, procuro viajar vacunado de, tal y como los definía Rudyard Kipling, esos dos grandes impostores.
Se refería al éxito y al fracaso. Según él, hay que tratarlos siempre con la misma indiferencia. Intento hacerle caso. A partir de ahora tan solo me quedarán las emociones y los momentos vividos, y son tan profundos y personales que nadie sino yo podrá desterrarlos al olvido. Recordaré mi llegada a la Ciudad Deportiva Luis del Sol allá por el mes de julio del pasado año y como, una vez finalizada nuestra primera sesión, me salía del alma un “Esto es para ser feliz y disfrutarlo”. Seguramente confirmando mi idea de lo que entendía tenía que hacer estos diez meses; ser feliz y disfrutar. Y sucedió, vaya que si sucedió. No ha habido ni un solo día, desde aquel entonces, que no me haya sentido un auténtico privilegiado.
Recordaré también aquel mi primer contacto con los porteros en Montecastillo, en el que hablamos de los pilares en los cuales pensaba se tenía que sustentar nuestro departamento. Ese “uno para todos y todos para uno” que finalmente se ha visto reflejado en un terreno de juego en el que tanto Antonio Adán como Dani Giménez y Pedro López tuvieron su momento.
El tiempo no podrá hacerme olvidar el placer que me ha provocado trabajar con todos ellos. La ilusión y el compromiso con los cuales trabajaron durante cada sesión, como se enfrentaron al reto de un nuevo modelo de juego para seguir creciendo y lo mucho que nos divertimos durante el proceso. Siempre los recordaré como “Los primeros”. Tan solo tuve que ser fiel a la frase de Ralph Waldo Emerson de “Confía en las personas y te serán fieles, trátalos bien, y se mostrarán grandes” y ellos hicieron el resto.
Siempre recordaré el privilegio que he tenido de poder cumplir mi sueño, haciendo de mi pasión mi trabajo. Y de poder desarrollarlo en un cuerpo técnico con el que he compartido filosofía y ética. Y sobre todo unos valores, que en el fútbol, en el deporte y en la vida, también juegan. No es donde estés sino lo que eres, no es cómo lo hagas sino con quién.
Siempre tendré presente mi agradecimiento hacia todos los que quisieron e hicieron posible que yo estuviera aquí, viviendo todo esto. Jamás olvidaré esa parte final del himno que dice “Luz en la mañana, en la noche quejío y quiebro. Betis mucho Betis, en el mundo lo que más quiero”, cantado a capela por todos los béticos en el Benito Villamarín, templo del amor, de la fe y de los sueños, antes del comienzo de cada partido. En total han sido 19. No los olvidaré jamás en la vida.
Como tampoco podré olvidar que la temporada 2017-2018 me dio la oportunidad de conocer a Joaquín Sánchez, un auténtico regalo para el beticismo y el mundo del fútbol. Un tipo que nos ha mostrado cada día que la profesionalidad no esta reñida con el buen humor, y que el lado humano de los futbolistas también brilla. Recordaré agradecido el haber tenido la oportunidad de ver como comparte su felicidad cada día con un grupo de jugadores que se han comportado siempre como una auténtica familia.
También quedará en mi recuerdo el 3-5 del Gran Derbi del Nervión. Un victoria en un partido que para mí no tenía tanta trascendencia y significado como para los béticos, pero que me lleno de satisfacción al verlos a todos tan felices. Uno trabaja con la intención de provocar eso; felicidad. Quizás por el único egoísmo aceptable, tal y como decía Jacinto Benavente, que es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor. Tuvieron que esperar muchos años para verlo. Feliz porque lo consiguieron.
Con el tiempo, todo lo he ido entendiendo, comprendiendo. Y hubiera cambiado quedarme un año en el paro por ganar el segundo Gran Derbi, el del Benito Villamarín. Ese día fui egoísta y lo deseé tanto como los béticos. Aunque mi lado racional daba el punto por bueno porque con ello alcanzábamos el objetivo. Aún así, me ha quedado esa espina clavada. Tampoco olvidaré como se me pusieron los vellos de punta y como casi suelto alguna lágrima con aquel gol de Junior frente a la U.D Las Palmas en el descuento. Un gol que fue clave en nuestra lucha por Europa y que subió al marcador porque jamás dejamos de tener fe y de creer.
Seguramente, aunque resulte extraño, ese instante fue para mí el momento más feliz del año. Quizás empatado con la alegría que me provocó el gol de Sanabria el día de nuestra victoria (0-1) en el Santiago Bernabéu frente al Real Madrid. Lo llamé el día de las 6.935 noches. Todavía recuerdo mi cara de felicidad a pie de campo, al término del encuentro, aquel día.
Tampoco podré olvidar mis paseos en la “Bicicleta el Amor 1.0” por la Ciudad del Betis, ni mis tardes de lectura frente a Triana a la orilla del Guadalquivir. Todo el conocimiento adquirido en esos libros me recordarán siempre a Sevilla. Perdón, a la Ciudad del Betis. Hoy soy mejor entrenador también gracias a ellos. Quizás también mejor persona. Y los libros, sin Triana y el río, jamás hubieran sido lo mismo.
No podré olvidar, ni jamás perdonaré, que en estos diez meses ningún hostelero de Sevilla fuera capaz de servirme un café con su espuma dibujando un corazón. Aunque quizás fuera por aquello de que un servidor, los cafés, los toma solos así que no llevan espuma. Es un detalle que se me olvidó comentar.
Recordaré también siempre con cariño el robo de la que fue mi primera compañera de viaje y la maldición a la cual estuvo sometida la ciudad por culpa de aquel hurto. Como tampoco olvidaré mis súplicas al todopoderoso para que acabara con el tormento y nos permitiera tener una Semana Santa y una Feria sin lluvia. Una Semana Santa y una Feria que no tenía mucho interés en conocer, pero reconozco que finalmente me cautivaron y emocionaron. Sobre todo por aquello de que es imposible mantenerse impasible ante personas que viven con esa pasión esas fechas. Porque las las emociones, no lo olviden, se contagian. Y me las contagiaron.
Jamás podré olvidar todos esos carteles realizados por los niñ@s béticos en los que se podían leer frases como: “Love in is the air”, “Love will find a way”, “You are the first, the last, my everything”, “All for love”, “Come what may”, “In the arms of love”, “The colour of my love” etc. Frases todas ellas títulos de canciones que me trasladaron a tiempos pasados de mi vida a través de la música, que no es otra cosa que el mayor amplificador de emociones del mundo.
Pero de todos esos carteles, en especial, siempre recordaré el último. El cartel en el que se podía leer “Orain eta Beti, The Sky is the Limit, We Believe y Musho Betis”. Frases que recogen todos esos eslogan de todos los equipos en los cuales he trabajado. El “Orain eta beti” (Ahora y siempre) que hace referencia al Athletic Club de Bilbao y que viene seguido de un “Aupa Athletic”.
El “The Sky is The Limit” (El cielo es el límite) del Mamelodi Sundowns F.C sudafricano en el que trabajé 5 años y donde descubrí mi interés por Ítaca y mi Ikigai. El “We believe” (Nosotros creemos) de la Selección Nacional de Filipinas, también conocida como los Azkals. Donde aprendí que “La única forma de conquistar la verdad es aceptándola”. Y cómo no, el “Musho Betis” de un club, una pasión y un sentimiento que en poco tiempo me conquistaron. Cada cartel escrito por cada niño me dio la oportunidad de recordar, algo que para mí es como vivir dos veces. Pero no es esta la razón por la cual di comienzo a la iniciativa de cambiar carteles por regalos.
Lo hice con el deseo de que el Benito Villamarín se inundará de esa energía positiva, tan importante para mi en la vida, a través de la palabra “Love” (amor). Y por aquella frase de María Montessori que dice: “Siembra en los niños ideas buenas aunque no las entiendan. Los años se encargarán de descifrarlas y hacerlas florecer en su corazón”. Los niños, no lo olviden, son nuestro futuro.
El ciclo de la vida se rige por la “Ley de la Atracción”. Y mi llegada a la primera división española, observando los eslogan de los equipos en los cuales había trabajado, no podía ser de otra manera; aterrizando en un equipo cuyo eslogan es “Manquepierda”. Si, viva el Betis. Si, manque pierda.
Un “Manquepierda” que no es para mí más que un símbolo del amor incondicional, de querer por encima de todo. Algo que tan solo puede entenderse desde la pasión, desde fe, desde alma y desde el sentimiento. Un “Manquepierda” que dio hasta para una columna en el diario “La Vanguardia”, escrito de puño y letra de Xabier Aldekoa, periodista catalán especializado en temáticas de África, al que tuve la oportunidad de conocer allá por el año 2010. Ya ha llovido desde entonces.
Un “Manquepierda”, un “The Sky is The Limit” y un “We believe” que si no los vives, si no los sientes, no los entiendes. Y que tan solo puedes vivirlos cuando ellos te eligen a ti, porque tú no puedes elegirlos a ellos. Tampoco podré olvidar el curioso apodo de “Tío Jon”, con el que se conoce al entrenador de porteros de “Su Majestad Real Betis Balompié”. Tal y como recuerdo el de “Sweetman” de ese otro entrenador de porteros bermeano que se afincó en África durante cinco largos años, o el de “Happiness” de aquel, también otro entrenador de porteros español, que tuvo una exótica experiencia en la Selección Nacional de Filipinas. Apodos, todos ellos, que son parte de mi equipaje de viaje de mi peregrinaje a Ítaca.
Personalmente recordaré esta temporada, de forma muy especial, porque fue la de mi “primera vez” en La Liga. Porque disfruté y me emocioné, y porque esa es para mi la esencia de lo que debe de ser mi viaje por la vida. Una vida que, tal y como dijo Charles Chaplin, hay que vivir con amor y con humor. Con amor para comprenderla y con humor para soportarla. Quizás podamos aplicarla también a este trabajo. A este y a cualquiera.
Recordaré también que he finalizado la temporada cumpliendo con mis dos obligaciones como ser humano. La primera la de ser feliz, y la segunda la de intentar ayudar, y colaborar, para que otros también lo sean. Seguramente por ese único egoísmo aceptable del que siempre hablo.
Y volviendo a la música, tampoco podré olvidar los descubrimientos musicales de la presente temporada. El “Ojalá” de Beret, regalo de Quique Setién. El “Yellow” de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de Praga, escuchado durante un minuto de silencio previo a un partido.
El “Thunderstrack” de ACDC, que aunque ya lo conocía, me recordará a todas y cada una de las salidas previas a los 19 calentamientos realizados con los porteros en nuestro estadio. El “Eternal Flame” de Audiomachine descubierto en uno de esos vídeos que el departamento de audiovisuales del club preparó sobre un “Gran Derbi” anterior. Y algunos descubrimientos más, muchos más, que siempre me recordarán a la temporada 2017-2018.
Cada uno vivimos las cosas a nuestra manera, como el “My Way” de Frank Sinatra. Y yo entiendo mi vida como eso que me va sucediendo mientras me dedico al fútbol. Es por eso que siempre digo que este trabajo no es el fin sino el medio. No entiendo la vida sin fútbol, como jamás podría dedicarme al fútbol sin entender la vida de esta manera. Y de ahí surge mi primera vez, la ley de la atracción, las emociones y el “Manquepierda”.
¿La frase del día de hoy? “Nadie que no libere su alma puede ayudar a que otros liberen su potencial. Ganar empieza adentro, más adentro”. Una de esas frases, al igual que las canciones, descubiertas durante esta mi primera temporada en La Liga, en el Betis y en Sevilla. Frase que es obra de Gabino Carmona Colón y que tuve la oportunidad de leer, a través de twitter, durante una de mis numerosas tardes en el Puente de Triana a la orilla del Guadalquivir. Es lo más brillante que he leído en mucho tiempo.
Dedicado a todas aquellas personas que desde más de 180 países siguen mi aventura, desde que esta diera comienzo en África allá por el año 2010, a través de mi pequeña ventana al mundo. Desde el aeropuerto de Madrid, a la espera de volar rumbo a Hong Kong para saltar desde allí a Manila (Filipinas) como siempre con amor, mucho amor el “Tío Jon”. Ese que algunos, solo algunos, conocen como Jon Pascua Ibarrola.
Sábado, 26 de Mayo de 2018 (Madrid).
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