Hasta el momento, envejecer y cumplir años es la única forma que conocemos los humanos para continuar con vida, por lo que cada aniversario no debe ser más que un motivo de celebración y de alegría. Hoy, 25 de julio de 2021, no puedo más que estar agradecido de cumplir los cuarenta y nueve y dar comienzo a un nuevo viaje que me llevará, si Dios dispone, a alcanzar los cincuenta. Espero que habiéndolo disfrutado mucho.

Tal y como decía Lucio Anneo Séneca: “Nadie te restituirá los años y nadie te restituirá a ti mismo. La edad seguirá el camino que comenzó, sin volverse atrás ni detenerse. No hará ruido ni te advertirá de su velocidad. Se deslizará callada. Correrá tal y como se le ordenó desde el principio; nunca se apartará de su camino y no se detendrá en ninguna parte. Mientras tú estás ocupado la vida corre veloz. La muerte, entre tanto, se acerca, para la cual, quieras o no, habrás de desprenderte de todo”.

Y la realidad es que cada día que pasa es un día menos que nos acerca al momento de desprendernos de todo. De todo lo que tenemos pero no de todo lo que damos, pues esto último es lo único que nos llevamos. Lo peor de esto de cumplir años no es que uno se haga viejo, sino pensar que lo es. Por suerte pienso que estoy más mayor que viejo.

Marco Aurelio, otro estoico, nos decía en sus “Meditaciones” que aunque debiéramos vivir tres mil años y aún diez veces otros tantos, es importante comprender que no se pierde otra vida de la que se vive y que solo se vive la que se pierde. Con lo que la vida más larga y más corta vienen a ser lo mismo. «El anciano y el que muere prematuramente experimentan la misma pérdida, puesto que sólo se nos priva del presente, que es lo único que poseemos, visto que no se puede perder lo que no se posee”, decía. 

Con el paso de los años uno siente que cada vez tiene menos ambiciones relacionadas con tener y más orientadas hacia ser; a pesar de que también se conforma con estar, siempre y cuando ese estar signifique estar bien y no simplemente estar. Uno observa, con atención, que nada es lo que era, a pesar de que lo importante lo sigue siendo aunque de diferente manera.

Dando comienzo a este nuevo viaje camino de los cincuenta llego a la conclusión de que gran parte de mi vida la he dedicado a alcanzar, a través de una pasión que tuve la fortuna de convertir en un medio de vida, lo más valioso que poseo: libertad para poder elegir, en este momento de mi vida, cómo quiero vivir. Paradójicamente, sigo luchando para liberarme de la esclavitud de mis propias cadenas. Hay veces que hasta lo consigo.

Hoy, en este aniversario, el que me pone en la parrilla de salida en la carrera hacia el cambio de década y el medio siglo, tengo cada vez más claro que no hay mayor virtud para ser entrenador que la de tener la valentía e integridad suficiente para defender con humildad tu dignidad, que no es lo mismo servir que ser servil; que estar rodeado de gente brillante te llena de sabiduría pero también te hace ser consciente de tu gran ignorancia y que el fútbol, un año más, sigue siendo lo más importante de lo menos importante. 

En estos últimos 365 días, además de muchas otras cosas, he aprendido estas tres: que allá donde tu alma está en paz es donde tienes que estar; que el egoísmo no es vivir como uno desea vivir sino querer que los demás vivan como uno desea; y que el secreto de la felicidad, tal y como decía Enrique Rojas, médico español catedrático de psiquiatría, es estar contento con uno mismo al comprobar que uno ha hecho el mayor bien posible y el menor mal consciente. Y, sobre todo, este último año de vida me ha recordado, una vez más, que “el fútbol no es el fin, el fútbol es el medio”. Una vez más, tal y como dice una famosa canción: yo me pido vida.