Dando comienzo a una nueva vuelta al sol tras haber finalizado un año, el 2021, que nos ha vuelto a situar en la misma posición, respecto al astro rey, que el anterior. Una vez más la tierra tardará otros 365 días y 6 horas en volver a colocarse en el mismo lugar en el que, en este nuevo año 2020 comenzó su rotación.

Tengo que decir que estos últimos 365 días y sus 6 horas extras me han dado para mucho. Los primeros tres meses, los cuales viví alejado del fútbol, me regalaron mucho tiempo libre y la oportunidad para dedicarme, entre otros menesteres, a la lectura. Algo que también me ha mantenido ocupado durante el resto del año.  En todo este tiempo han pasado por mis manos libros como: La conquista de la felicidad de Bertrand Rusell, Como un hombre piensa, así es su vida de James Allen, o Invicto de Marcos Vázquez.

También unos cuantos de Arthur Schopenhauer, hasta cinco, como son: El arte de conocerse a sí mismo, El arte de hacerse respetar, Parábolas y aforismos, El arte de ser feliz y un último, El arte de tener razón, con el que actualmente me mantengo también ocupado. Además de estos, la lista también incluye a Martes con mi viejo profesor de Mitch Albom, El arte de la compasión y Las cuatro nobles verdades del Dalai Lama y El arte de la Felicidad de Howard C. Cutler. Sin olvidarme, cómo no, de La virtud del egoísmo de Ayn Rand, La libertad primera y última de Jiddu Krishnamurti, El camino de las lágrimas de Jorge Bucay, Mitos de Platón, El arte de la guerra de Sun Tzu, y de Más allá del bien y del mal de Friedrich Nietzsche.

Y con la idea de disfrutar de nuevo de mi filósofo de referencia, Lucio Anneo Séneca, di también comienzo a Cartas a Lucilio; libro que aún, en la actualidad, también estoy leyendo. Si la cuenta no me falla creo que son hasta 19 los libros que en este último año han estimulado mi viaje hacia Ítaca en la búsqueda de la Areté; término que en la Antigua Grecia se refería al desarrollo de la virtud en todos los ámbitos de la vida. Pero sobre todo la ética, moral e intelectual.

Leer me sigue invitando a pensar, a aprender, a saber, a compartir y a crecer. Tal y como dijo el escritor británico William Somerset Maugham: “Adquirir el hábito de la lectura y rodearnos de buenos libros es construirnos un refugio moral que nos protege de casi todas las miserias de la vida”. A veces incluso, o mejor dicho sobre todo, de las propias.

A comienzos del mes de abril mi viaje a Ítaca me llevo a escribir un adiós convertido en un gracias muy sentido, porque los que dan y no se acuerdan se merecen que los que reciben nunca olviden, y en un hasta pronto, porque el estar ausente no anula el recuerdo, no compra el olvido, ni nos borra del mapa. Una despedida que codifiqué en palabras en un auténtico tratado sobre la amistad inspirado en Cicerón y titulado “Cuando un adiós se convierte en un gracias y en un hasta pronto”.

Ese mismo adiós vino acompañado de un nuevo e inesperado viaje que me hizo desembarcar en Marsella; capital del departamento de Bocas del Ródano y ciudad más antigua de Francia. Momento recogido también en un escrito que tuvo por título: “Dando inicio a un nuevo viaje de la mano del Olympique de Marsella”.

Un viaje que en sus comienzos me dio la oportunidad de vivir en la maravillosa localidad de Cassis, de disfrutar de su Parque Natural de Calanques y de alcanzar, por momentos, aquello que los griegos denominaban ataraxia; algo que Epicuro definía como la imperturbabilidad del alma. Si bien uno, a cada lugar que va, siempre intenta llevar la paz y el amor que lo acompañan, también es verdad que existen lugares que nos dan razones para estar en calma. Y si  el sonido del mar supera el de tus pensamientos es que estás en el lugar correcto.

Decía Alexander Fleming, descubridor de la penicilina, que uno realiza un hallazgo cuando no lo está buscando. Seguramente sea cierto, como también es verdad que si uno tiene interés por conocer siempre encontrará algo nuevo que descubrir. Y así, con interés por descubrir pero sin buscarlo, es como Cassis, los Calanques, la ciudad de Marsella y el Olympique me encontraron.

Aquellos primeros meses en Francia los resumiría con dos frases: “Una vida feliz tiene que ser, en gran medida, una vida tranquila, pues solo en un ambiente tranquilo puede vivir la auténtica alegría” de Bertrand Rusell y “Los grandes acontecimientos no corresponden a nuestros momentos bulliciosos, sino a nuestros momentos de tranquilidad” de Friedrich Nietzsche.

Y así, sin darme prácticamente cuenta, llegó el final del primer trayecto de un viaje que, si bien seguramente era cuestión del destino, no venía marcado en el mapa. Ese fin de trayecto, debido a esa mala costumbre mía de describir mis experiencias a través de escritos, lo inmortalice en una nota de mi blog titulada: “Un final de temporada con el Olympique, una brújula, un mapa y el Ikigai”. En ella vengo a decir que a aquellos que tenemos un propósito, deambular y no saber a dónde vamos jamás nos hace sentir perdidos. El milagro no consiste en caminar sobre el agua, sino hacerlo en la dirección adecuada y por el camino correcto. Casi nada.

Tras pasar seguramente las peores vacaciones de mi vida (aunque sin perder jamás la sonrisa), todo hay que decirlo, a finales de junio volví a la región de la Provenza-Alpes-Costa Azul, “Dando comienzo a mi segunda temporada en el Olympique de Marsella”. Una vuelta que me recordó que una de las mayores virtudes que puede tener un ser humano es la de dominar el arte de equilibrar su mundo, que perder el equilibro forma parte del proceso que nos lleva a alcanzarlo, y que cuando no somos capaces de soltar la mochila tenemos que aprender a equilibrarnos teniendo en cuenta su carga, su peso y el nuestro.

No por nada, tal y como dijo Jacinto Benavente, “La vida es como un viaje por el mar: hay días de calma y días de borrasca”. Mis apoyos, en aquellos tiempos de calma y de borrasca fueron únicamente dos: mi persona y mi trabajo. Y es que la danza de la vida no es otra cosa que saber vivir entre el yin y el yang, las dos fuerzas opuestas e interdependientes, y mantener el buen orden de la mente; esa a la que Marco Aurelio se refería como la ciudadela interior y el refugio donde las tempestades no llegan. Este 2021 me dio la oportunidad también de cumplir mi aniversario en un país extranjero; hecho que no sucedía desde el año 2014. Lo contaba así en la web en una nueva nota de mi blog titulada “49 años de vida y a 365 días de alcanzar el medio siglo”.

Estos doce últimos meses también me han recordado que no es únicamente el viaje lo que importa sino la compañía, que no se trata de ganar sino de ser honesto, y que no basta con trabajar sino que es necesario comprometerse. Que no hay que lamentarse sino mirar hacia delante, que este trabajo no es una responsabilidad sino un gran privilegio, que es importante sonreír pero lo es más aún mantener la sonrisa, y que nos preocupamos demasiado por hacer, cuando lo realmente importante es ser. 

Una vez más este 2021 me ha mostrado que cada derrota pone a prueba tu capacidad para manejar la decepción y te reta para saber cuánto de grande es tu compromiso con el camino. Que tal y como dijo el escritor y moralista estadounidense Orison Sweet Marden: “La actitud con la cual realizas tu trabajo no sólo determina tu calidad y eficiencia, sino que moldea tu carácter y revela tus valores y principios”. Que no hay bien alguno que nos deleite si no lo compartimos, que el hecho de que pueda seguir sonriendo, día tras día, hace que este trabajo merezca la pena, y que siempre hay que pisar con paso firme, aun en los momentos de dudas, para que avanzar continúe significando crecer y progresar.

Durante esta última vuelta alrededor del sol he podido recordar que nada se hace honrosamente salvo aquello a lo que el alma se dedica y arrima por entero y que, como entrenador y como ser humano, cuando no actúas como piensas comienzas a pensar tal y como actúas, corriendo el riesgo de alejarte de lo que realmente eres para acercarte a lo que nunca tuviste interés en ser. «La firmeza en el propósito es una de las virtudes más necesarias», dijo el estadista británico Felipe Stanhope de Chesterfield.

Este 2021 me he dado también la oportunidad de poder reafirmarme en que el hecho de aceptar nuestra vulnerabilidad no es síntoma de debilidad sino de madurez y fortaleza, y que es más inteligente aceptar el sufrimiento que negarlo. Que todo lo malo se lleva mejor con alegría y que la felicidad, en esta segunda mitad de la vida, es proporcional a tu nivel de tranquilidad y de calma y está directamente relacionada con eso que los griegos llamaban ataraxia. Ya lo dijo Cicerón: «Una vida feliz consiste en tener tranquilidad de espíritu». 

Este último año la ciudad de Marsella, a través de sus paisajes y sus atardeceres, me ha enseñado que lo importante no es ver lo que aún no ha visto nadie, sino pensar lo que aún no se ha pensado sobre lo que todo el mundo ve. No hay peor ignorancia que ver sin mirar y sin pensar. Es por eso que sigo mirando y pensando. Y así, a veces, con un poco de suerte y algo de lucidez, puedo incluso ver algo.

«Nunca le des la espalda al atardecer porque le debes las gracias al sol por haber iluminado tu día» escribió el poeta y novelista turco Mehmet Murat Ildan. Razón no le faltaba. En esta ciudad, he visto tantos y tantos atardeceres que no me queda más remedio que ser agradecido de por vida. Y lo hago por elección, no por obligación.

Con esto y con todo, es así como he vivido el fútbol durante esta última vuelta al sol. Quizás, al finalizar la próxima, deje el deporte rey a un lado y me decida por escribir, haciendo uso de los aforismos, sobre la vida. “Y desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis sueños va ligero de equipaje, sobre un cascarón de nuez, mi corazón de viaje. Luciendo los tatuajes de un pasado bucanero, de un velero al abordaje…”. ¡Feliz año 2022!