Ser entrenador es un acto de amor, de pasión y de filantropía

Aunque parezca ridículo hoy, con los tiempos que corren y XXV siglos más tarde de que Sócrates compartiera sus conocimientos en la antigua Grecia practicando la enseñanza en las calles de forma gratuita (algo que consideraba como una misión sagrada), me atrevo a afirmar que ser entrenador es un acto de amor, de pasión y de filantropía.

Pero no me refiero al amor romántico o rosa, sino al amor que el economista argentino Fred Kofman define como el compromiso sincero, de corazón, con el bienestar y la prosperidad del otro, con el desarrollo de otro ser humano. Amor, incluso, como el deseo de ver felices a los demás. Un sentimiento que para este coach ejecutivo es también la raíz de toda productividad y liderazgo. 

Un amor que nada tiene que ver con la afinidad personal ni con el feeling ni con la empatía, y que surge desde una dimensión más profunda que no es otra que el deseo, en lo más hondo de nuestro corazón, del desarrollo del potencial de los demás. Un amor que no entiende de gustos y que alcanza incluso a aquellas personas que no nos agradan y nos generan rechazo.

Vince Thomas Lombardi, famoso entrenador de fútbol americano estadounidense de los años sesenta, lo definía con aquella famosa frase de: “Mis jugadores no tienen porqué caerme bien, pero tengo que quererlos”. Y es cierto, pues la realidad nos dice que ningún ser humano, en cualquier ámbito de la vida, del deporte y del trabajo, jamás podrá ofrecernos su mejor versión si no se siente querida, valorada y apreciada. Y querer, en este caso a un jugador, no es otra cosa que tener el deseo y el compromiso sincero de hacerlo mejor. 

Seguramente será por esta razón que en los cerca de veinte años que llevo dedicándome a mi pasión y mi trabajo, en todas y cada una de las categorías, ligas, países y continentes en los cuales he tenido la oportunidad de disfrutarlo, jamás he dado comienzo a una sesión de entrenamiento pensando en ganar, sino con el deseo y compromiso de ayudar, en este caso a los porteros, a ser mejores. 

Ya lo dijo Nelson Rolihlahla Mandela: “Lo que importa en la vida no es el mero hecho de haber vivido, son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás lo que determina el significado de la nuestra”. Hoy, siete años después de haberme tatuado esa frase de Madiba en mi cuerpo, continúo sin encontrar un motivo más grande y más poderoso para seguir siendo entrenador. Efectivamente, ser entrenador es un acto de amor, también de pasión e incluso, por qué no decirlo, de generosidad y de filantropía. “Nada creeré poseer mejor que lo que doy”, decía Lucio Anneo Séneca.